viernes, 20 de septiembre de 2013

Extractos de la novela: “El Alquimista Almohade” de Francisco Andújar Cruz.

Cristóbal Bermudo de Robres solo podría hacer un disparo y este debía acertar a su objetivo, matándole en el acto o malhiriéndole tan gravemente que no pudiera huir o ser evacuado por su escolta.

Tendría que apuntar al cuello o al rostro, exactamente a uno de los ojos; eran las únicas zonas vitales desprotegidas. Lo ideal, claro, era un acierto en el pecho, en el corazón; aunque se desviase ligeramente hacia el centro, la velocidad, peso y punta de su proyectil lo haría penetrar rompiendo el esternón y, solo el impacto, cortaría la respiración, provocaría el desmayo y haría desplomarse hacia atrás al blanco.

Pero no había destreza que pudiera asegurar, sobre un blanco en movimiento, un ángulo absolutamente perpendicular de entrada que evitase el desvío en la penetración; incluso el rebote, por el efecto de la protección corporal de la que, a buen seguro, iría revestido.

Sí. Sabía que podía acertar en una zona vital, desprotegida… salvo que Dios no lo quisiera así.

–Señor, guía mi mano y templa mi pulso –murmuró.

Su habilidad estaba fuera de duda y, por eso, su comandante le había elegido para ese tiro único y mortal.