Novelas y Cuentos












Batallón Zombi. Segunda de las Crónicas de la Combined Task Force Austral.

(publicada inicialmente el 3 de JUNIO de 2016)

AÑO 2045

El avión se estaba volviendo ingobernable, cada vez costaba más mantenerlo estable y en el rumbo correcto. La palanca de mando se agarrotaba si no la movía con suavidad y el timón no respondía en esos casos, los sistemas de control anunciaban anomalías y errores en gran cantidad, y gracias a que las ordenes integradas en el casco, que obedecían a la voz del piloto, seguían operativas, había logrado activar los extintores de a bordo y apagar los conatos de incendio. De momento seguía en el aire, pero sabía que no sería por mucho tiempo y, la mala noticia era que sobrevolaba un territorio hostil, donde cualquier encuentro con otros humanos sería con enemigos, por si la opción de saltar y abandonar el avión se confirmaba como inevitable.
[.....]
La presencia de las ambulancias les intrigaba sobremanera. No tenía ningún sentido un hospital en aquellos parajes y menos protegido de aquella forma. Un hospital de campaña se acogía a la inmunidad de no ser unidad combatiente y, para que se respetase esa presunción, lo que no podía haber era armas en sus instalaciones ni tropas adiestrándose para la lucha. Estaba muy lejos de cualquier frente de batalla que lo requiriera, aunque fuese un hospital de retaguardia, por no hablar de los problemas logísticos de transporte de heridos y material quirúrgico y medicamentos.
[.....]
Bajaron una de las cajas y abrieron la tapa. Al iluminar en su interior tuvieron que ahogar un grito de asombro y se miraron el uno al otro, como queriendo cerciorarse, en el compañero, la naturaleza de la visión que tenían ante los ojos. La caja contenía manos, manos humanas y tras observarlas detenidamente, eran todas iguales, del mismo tamaño, y aparentaban estar en buenas condiciones de conservación, gracias a la refrigeración ambiente.
[.....]
Los “zombis”, les dijo, necesitan, como cualquier organismo vivo, alimentarse. Precisan de líquido para beber y alimento. Como liquido para beber les vale cualquiera que no sea corrosivo, que no sea extremadamente ácido, ni alcalino, ni dañe químicamente los tejidos orgánicos, de ahí extraen el agua para las necesidades hídricas. La sangre de otro ser vivo es una bebida muy adecuada y, ya puestos, la carne de otro ser vivo, tal cual, cruda, es un alimento adecuado, y el enemigo la proporciona en cantidades suficientes. Mátalos y cómetelos.
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Los que podían seguir avanzando continuaban pasando por encima de los caídos, pisoteándolos sin verlos. Los había que, pese a haber perdido por las bombas alguno de sus brazos o ambos, o tener terribles heridas por las que asomaban las vísceras, seguían en pie, andando si no corriendo, mientras se desangraban a borbotones o perdían sus órganos internos hasta que caían. Incluso distinguieron varios que, sin piernas, se arrastraban sobre su torso, clavando las uñas de las manos en la tierra para avanzar.
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Al llegar a las alambradas aquella masa de seres enloquecidos se enredó en las mismas, cayendo y revolcándose unos sobre otros enganchados en las púas y cuchillas de las mismas, pero esto solo los retrasó unos instantes. Los caídos formaron una alfombra, aplastando el cercado, y sobre sus cuerpos fueron pasando los que los seguían en la marcha ciega e inexorable.
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El Cerebro de los Drones. Primera de las Crónicas de la Combined Task Force Austral.

(publicada inicialmente el 29 de MAYO de 2014)


AÑO 2044

La Combined Task Force Austral era una poderosa flota aeronaval, que mantenía bajo vigilancia las rutas marítimas que bordeando el Cabo de Buena Esperanza, -el accidente geográfico que marca el límite de África por el sur- permitían el trasiego de mercancías entre los océanos Atlántico e Índico. La única vía junto con el estrecho de Magallanes para comunicar oriente y occidente, y que no podía ser bloqueada a conveniencia como los canales de Panamá o de Suez o carecían de las incertidumbres de los hielos del “Paso del Noroeste”. Desde el año 2030, más o menos, el planeta vivía en una situación de hostilidades bélicas no declaradas. En una guerra de hecho, sin guerra formal, entre un bloque de países occidentales o pro-occidentales, y otro de naciones que se situaban desde el medio hasta el extremo oriente y que, en su emerger económico y demográfico, habían puesto en cuestión todo el “status quo” geo-político y las reglas de comercio internacional heredadas del siglo XX.

De momento y desde hacia catorce años, las hostilidades se limitaban geográficamente a estos pasos oceánicos, y a territorios terrestres del continente africano en aproximadamente sus dos terceras partes del centro y sur. Las materias primas minerales y los alimentos eran los motivos de disputa y la pugna se producía tanto por controlar los puntos de producción o extracción cómo por apoderarse de los transportes de mercancías de ese tipo.

El bloque occidental se sustentaba en dos organizaciones: la OTANS (SNATO en sus siglas en inglés) y la OTCP (Organización del Tratado de la Cuenca del Pacífico, RPTO en inglés); el otro bloque se estructuraba en la ALNP (Alianza Libre de los Nuevos Pueblos) y cada bloque mantenía operativa una colosal fuerza militar, compuesta de soldados profesionales, que chocaba regularmente a lo largo de puntos estratégicos de sus límites fronterizos, en múltiples y diversas batallas localizadas en sus efectos y resultados, sin que ninguna parte se decidiese a intentar un asalto final.

El miedo a los arsenales nucleares y otras armas de destrucción masiva de los contrarios, disuadía mutuamente de la pretensión de querer una victoria definitiva y los gobiernos implicados no dejaban de considerar que, el mantener a las poblaciones civiles propias lejos de los escenarios bélicos y al margen de los daños consiguientes, podrían gestionar la guerra de acuerdo con la conveniencia de los conglomerados militares-industriales que detentaban el poder real en cada lado.

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Extractos de la novela: “El Alquimista Almohade” de Francisco Andújar Cruz.  

(publicada inicialmente el 20 de Noviembre de 2013)

Cristóbal Bermudo de Robres solo podría hacer un disparo y este debía acertar a su objetivo, matándole en el acto o malhiriéndole tan gravemente que no pudiera huir o ser evacuado por su escolta.

Tendría que apuntar al cuello o al rostro, exactamente a uno de los ojos; eran las únicas zonas vitales desprotegidas. Lo ideal, claro, era un acierto en el pecho, en el corazón; aunque se desviase ligeramente hacia el centro, la velocidad, peso y punta de su proyectil lo haría penetrar rompiendo el esternón y, solo el impacto, cortaría la respiración, provocaría el desmayo y haría desplomarse hacia atrás al blanco.

Pero no había destreza que pudiera asegurar, sobre un blanco en movimiento, un ángulo absolutamente perpendicular de entrada que evitase el desvío en la penetración; incluso el rebote, por el efecto de la protección corporal de la que, a buen seguro, iría revestido.

Sí. Sabía que podía acertar en una zona vital, desprotegida… salvo que Dios no lo quisiera así.

–Señor, guía mi mano y templa mi pulso –murmuró.

Su habilidad estaba fuera de duda y, por eso, su comandante le había elegido para ese tiro único y mortal.

Cómo le habían enseñado en el adiestramiento procuró relajar y distender los músculos, del cuello primero, luego los hombros; apretando el arma contra el derecho y ajustando una vez más la línea de visión a través de los elementos de puntería.

No hacía viento que pudiera influir en la trayectoria. La ligerísima brisa que a veces movía las hojas y ramitas que le cubrían -prendidas en una red de cordeles de esparto que ocultaba toda su figura mimetizándola con el paisaje- era fresca y aliviaba el tiempo caluroso. Su posición -tendido encima de una pequeña formación rocosa, quedando en el interior del giro cuando el camino salía de una curva- la había elegido por dos motivos: dominaba la altura, por lo que no entorpecería su línea de tiro la escolta y, no le encontrarían de frente; esto le daría algún segundo de ventaja antes de que alguien se interesará por un matorral creciendo encima de una piedra.

–Mi Dios, hazme invisible a tus enemigos y que mi ataque sea implacable desde las alturas, como lo son tus rayos –rezó, entre dientes.

El fracaso tenía riesgos evidentes y no solo malograr la misión. La escolta se dividiría en dos: unos ampararían la huida de su presa y el resto atacarían, superiores en número, y estarían muy cerca; mucho.

Su necesidad de asegurar el disparo le obligaba a esperar hasta que oliese sus sudores y sintiese el roce de sus alientos. Derribar a su víctima causaría entre ellos el desconcierto y el miedo; desmotivaría las ganas de arriesgarse y permitiría a sus compañeros hacer una descarga cerrada sobre los enemigos, desde las posiciones alejadas donde se ocultaban, mientras otros se acercarían a toda prisa para respaldarle en el cuerpo a cuerpo.

–Dios mío, que mis hermanos en la fe sean conducidos por tu providencia y nos procuremos amparo mutuo ante la muerte –pidió en su plegaria.

Esperaba desde el alba y el sol ya iba cogiendo altura. Tenía calor pero no sudaba. Calculaba que no tendría que aguardar demasiado. Cumplida la misión podría contar con una licencia, de al menos tres días, que pasaría junto a ella; queriéndola, cuidándola en el inicio de su preñez que no impedía, de momento, caricias y abrazos. Lo tenía consultado con el capellán de la compañía, que no era clérigo excesivamente estricto en lo concerniente a los deseos carnales de hombres que veían la muerte, cara a cara, con tanta frecuencia y que, asimismo, demostraba poca fortaleza ante los pecados del mundo como mostrara, en más de una ocasión, en hospedajes o en los burdeles aledaños a los campamentos, donde combinaba sin mesura y poca discreción, vino y mujeres.

–Señor, perdónanos nuestras flaquezas y permítenos que sigamos intentando ser fieles a tus mandamientos.

Un cloqueo de perdiz vino desde el follaje de abajo y se repitió. <¿Un canto “de mayor” o de “jácara”?> Conocía muy bien la imitación de Benavides, su compañero de armas y de cacerías. <¡Ya venían!> En unos momentos oiría el trasiego de gente y caballerías y luego aparecerían ante él, a merced de su arma y su habilidad.

–Ha llegado la hora Señor, en ti confío, amén –y tras la oración… se concentró en el camino.

El mejor saetero, de los doscientos que integraban la Cofradía de Ballesteros de Santiago, no erró el tiro. Cristóbal aguantó hasta la distancia precisa, ni un paso más, ni uno menos. Agradeció que el ardor del día hiciera que su objetivo no llevase almófar o barbera cerrada al cuello, ni tampoco la cara cubierta con visera, ni siquiera un apéndice nasal; desde la cota de malla hasta el casquete forrado con seda, a modo de turbante, todo el cuello y la faz hasta media frente quedaban francos, perfectamente iluminados por el sol y la saeta, enérgicamente lanzada con una vibración que se alargó en el oído del tirador, encontró su punto justo debajo de la nuez y asomó la punta por detrás, por el mismo lugar en el que se descabella a los novillos.

–Alabado sea Dios. Se ha hecho tu voluntad, Señor –concluyó su plegaria.

Se desencadenó el infierno de rigor. Desde las alturas, una nube de dardos cayó sobre una comitiva sorprendida y desprevenida. Mientras las flechas atravesaban metales y cueros, hiriendo a hombres y bestias con un sonido silbante de lluvia de fierros letales, decenas de guerreros se precipitaban por la ladera del monte dando terribles alaridos y encomiendas a Dios y, blandiendo lanzas cortas, hachuelas, mazas y cuchillos, se enzarzaban en combate con los guerreros almohades, con los moros de Granada que formaban la columna emboscada, dando muerte a todos los que no tuvieron tino y rapidez para huir, intentando ponerse a salvo en la espesura del bosque donde, durante varias horas aún, serian acechados, perseguidos y muertos por los guerreros cristianos de Baeza.

Corría el mes de Junio del año del Señor de 1238, el mes de Yumada Al-Thania del año 635 de la Hégira mahometana.
(…)
(Del capítulo I. Un único y certero disparo)
(…)
–¿Alguna precaución por nuestra parte? –preguntaba el encargado de la recepción al guardia.

–No. No tenemos noticias de que causen problemas en hoteles o robos a visitantes. Podría ser con las mujeres, la denuncia es por haber molestado a una alumna de la academia –el guardia civil explicó–. Estamos comprobando los alojamientos en la ciudad aunque lo más seguro es que ya se hayan marchado. Adiós y gracias.

–Adiós.

El agente se encaminó a la salida y el empleado se dirigió al huésped italiano.

–Buenos días profesor Fascetti ¿Ha descansado esta noche?

–Perfectamente amico, este pueblo e un paradiso di pace è la vostra habitación è cómoda y acogedora. Me será bello tornare in un mese –respondió Cesáreo Fascetti, dottore de historia del arte de la “Accademia di belle arti di L´Aquila” y direttore de actividades internacionales de la “Storica Fondazione Mediterranea” con sede en Roma.

–Todo estará preparado tal y como usted nos ha indicado y los invitados a su seminario quedarán satisfechos, descuide –añadió el recepcionista.

–Así espero. Pueden bajar mio bagaglio mientras salgo y cuando llegue la machina, cárguenlo. Fammi una fattura para cuando vuelva –y sin más demora, el dottore Fascetti salió a las calles de Baeza.
(…)
Abdul sacó el teléfono móvil “limpio” del bolsillo interior de su chaqueta -el móvil propio lo llevaba en una funda cogida del cinturón- y atendió la llamada.

–Al Tauil (el largo) –dijo, y oyó el nombre convenido de su interlocutor: Saladín.

Escuchó por un instante, respondió que no estaban en el hotel, volvió a escuchar, colgó y se guardó el teléfono en el mismo bolsillo.

–Nos quiere ver urgentemente –se dirigió a Karim en francés–. En quince minutos al lado de la plaza de toros. Si hay obstáculos… en el segundo lugar para encuentros.

–Se suponía que ya no tendríamos que vernos, de momento –objetó el llamado Karim.

–Saladín está al mando así que vamos. A ver si nos deja tranquilos un tiempo y nos podemos ocupar de esa zorra que quiere ser policía y nos insultó ayer –se encaró con su compañero– y no vayas a comentar nada de ello con Saladín, ¡Eh!

–Son asuntos nuestros y solo nuestros –respondió Karim.
(…)
El alférez Quesada se bajó del coche casi sin dar tiempo a que este se hubiera parado totalmente. En el lugar ya se encontraban otros tres vehículos patrulla de la guardia civil y dos ambulancias. Un cabo le salió al encuentro saludándole militarmente a la par que se “cuadraba” en postura de firmes. El alférez, comandante del puesto de la benemérita en Baeza, devolvió el saludo, mandó descanso y dio rápidas instrucciones para que estableciese un perímetro, en torno al solar vallado, que impidiese el acceso de personas no autorizadas y evitase molestias a los investigadores;
(…).
Ya estaban allí los guardias que actuaban como policial judicial, a la espera de que llegase el juez de guardia, revisando todo el lugar entre bidones oxidados reventados, rotos palés de madera y restos caídos de los techos de uralita de la nave que ocupaba dos tercios del terreno. En el extremo más lejano y junto a la valla de ladrillos que daba al Paseo de las Murallas, sobre una higuera enana que había resultado tronchada, estaban los dos cadáveres y se apreciaban claramente dos orificios de bala en cada uno, en el pecho y en la frente, igual para ambos.

–¿Son los que buscábamos? –preguntó mirando hacia Karim y Abdul Al-Tauil, que yacían con una mirada de perplejidad en sus ojos muy abiertos.

–Si, un vecino que había pasado por delante, por las murallas hacia la plaza de toros, escuchó los disparos. Estaría como a unos cien metros. Se adentró hacia el pueblo por Sor Felisa y cuando llegó a la avenida Puche paró al primer coche nuestro que vio aparecer; provenía de la casa cuartel. Los guardias que descubrieron los cuerpos llevaban encima la foto que se repartió esta mañana y comprobaron que eran los buscados, avisando rápidamente –era uno de los guardias adscritos a la judicial quien se explicaba–. Han recibido un primer tiro en el pecho que les ha cogido desprevenidos, hecho con rapidez, muy de cerca para no fallar. Una vez abatidos les han disparado en mitad de la frente para garantizar la muerte. Quien o quienes hayan sido se han acercado sin levantar el recelo de estos dos desgraciados, lo que indica que se conocían y esperaban. El sitio apartado y en desuso está fuera de miradas indiscretas, podría ser un punto de cita. No acampaban aquí. No son vagabundos. Llevan buena ropa y están aseados y afeitados, de esta misma mañana. En cuanto que llegue el juez y ordene el levantamiento de los cadáveres, hablaremos con los vecinos para que nos digan que han visto u oído y que personas han pasado por las cercanías.

El cabo que lo recibiera al llegar se acercó a paso ligero.

–Mi alférez, estaban alojados en el hotel de la calle Concepción. En recepción le han dicho a la patrulla que salieron esta mañana temprano y aún no han vuelto. Llevaban cuatro días alojados y salían como turistas, a visitar la ciudad y hacer fotos.

–Que vayan otros dos guardias al hotel y monten vigilancia hasta que lo visite el juez. Nadie debe entrar en la habitación de estos tíos. Ni se debe tocar nada. Avisar a la científica y que venga “echando hostias”. Al juez de guardia le dices que este asunto puede que tenga que ser “visto por los de arriba”. Hay que descartar cualquier rollo terrorista. Y “chitón” a la prensa. Mutismo total. De momento asunto de drogas e ilegales. ¿Quién está de juez de guardia? –Concluyó el rosario de órdenes el alférez Quesada.

–El juez Pardo –contestó el guardia de la judicial.

–Dile que esto puede ser serio de verdad y que mantenga discreción absoluta. Me voy a ver al teniente coronel de la academia y luego, los dos, tendremos que hablar con el juez Pardo. Cribar el pueblo a ver si levantáis algún sospechoso y disponeros para rehacer todas las andanzas de estos tíos desde que llegaron a Baeza. Muy importantes los documentos que lleven y lo que se halle en el registro de su habitación del hotel. Dedicar todos los hombres disponibles y… concentración, que no se escape ningún detalle. –Los dos guardias de la judicial y el cabo recibieron la nueva remesa de órdenes con asombro y lo reflejaron claramente en sus caras. Estaban acostumbrados a muchas cosas, como veteranos que eran, pero la reacción de su comandante -aún más avezado que ellos- y la deriva que podía tener el caso, de acuerdo con lo se deducía de las palabras de este, les conmociono claramente. <¿Terrorismo? ¿En Baeza?>
(Del capítulo II. Siglo XXI)
(…)
Por eso estaban allí los tiradores. Su misión: vigilar en derredor, en la mayor amplitud visual posible y efectuar una intervención a media distancia, imposibilitando u obstaculizando cualquier ataque enemigo, eliminar el efecto sorpresa de los contrarios y dar tiempo de reacción a las tropas que tenían la defensa zonal inmediata al pozo y a los zapadores cambiar las herramientas por las armas y ponerse a cubierto, listos para el combate.

Si el ataque se mantenía, Marina y el tirador hostigarían a los talibanes desde su posición, eliminando a los que supusieran una amenaza mayor, sobre todo atendiendo a las armas que estos portasen: lanzagranadas, ametralladoras o morteros y el tercer miembro del equipo coordinaría la defensa con las tropas atacadas, señalando las aproximaciones enemigas e informando a la base y requiriendo el apoyo de los helicópteros de los italianos. También sería el responsable de “vigilar sus traseros”, ante cualquier maniobra de flanqueo para neutralizarlos que intentasen los enemigos.

Con fuego preciso hasta los dos mil metros, podían inmovilizar en el terreno a unos agresores que tardarían en localizar el origen de sus disparos y mantenerlos alejados del lugar de perforación. Ya habían señalado en su mapa los puntos donde unos atacantes pudieran guarecerse disponiendo de ángulo y visión para usar armas semipesadas; calculadas las distancias y estudiado los cambios de velocidad y orientación del viento, para apuntar sobre los mismos y neutralizarlos. En caso de intentar utilizar algún vehículo, para lanzarlo en marcha sobre los españoles, el calibre .50 del Barret M95 penetraría en el bloque motor como si fuera de mantequilla, parándolo e inutilizándolo o provocando su explosión.

Los talibanes no harían acto de presencia ese día y el equipo de tiradores recibió la alerta de aprestarse para el repliegue. En realidad serian los últimos en recoger sus efectos, debían cubrir a sus compañeros hasta que todos estuviesen instalados en los blindados RG-31 de la Brigada Paracaidista (BRIPAC) Almogávares VI, luego 
la columna se acercaría a su posición y les recogerían con la impedimenta.
(…)
Marina se desperezó y contempló la base principal de las fuerzas armadas españolas en Afganistán. Se veía plena de actividad, al coincidir con el regreso de muchas de las columnas de patrullaje que se habían desplegado durante la jornada. Una vez en tierra saltó del helicóptero y se encontró con un vehículo esperándola -- que la llevó directamente al barracón donde se encontraba la Plana Mayor. El “puerta” le indicó la ubicación de la secretaría, donde se presentó, cuadrándose, al teniente del cuerpo de intendencia encargado de la misma.

–¡Ah! La artillera agregada a la Guardia Real. Nos está dando mucho trabajo hoy pero ya está todo preparado. –El teniente secretario cogió una carpeta de documentos, de encima de la mesa, a la que dio golpecitos– Sígame.

El teniente abrió la puerta del despacho del coronel y solicitó permiso para entrar. Con un gesto de cabeza le indicó que entrara también y sujetó la puerta, cerrándola tras ella. A continuación se acercó a la mesa del coronel y depositó ante este la carpeta que cogiera fuera. Marina, mientras se mantenía en posición de firmes, mirando al frente, escuchó al teniente:

–La guardia real que tiene que regresar urgentemente a Madrid, mi coronel.

–¿Está todo resuelto? –Preguntó el coronel, ojeando los documentos contenidos en la carpeta.

–Todo debidamente coordinado, mi coronel. Esta misma noche parte en un vuelo de los americanos hasta Turquía y enlaza con otro transporte aéreo a Rota. Es lo más rápido que hay y mañana mismo estará en España–. Al tiempo que el secretario daba estas aclaraciones iba señalando con el dedo diversos documentos que el coronel firmaba en el momento. Acabado el trámite, miró por primera vez a Marina y le espetó:

–Regresa a casa, soldado –miró los rombos en el cuello de su camisola y rectificó– artillero. El mando tendrá motivos para este regreso tan precipitado y urgente. Ha costado trabajo conseguir que esté allí mañana mismo, mejor que pasado mañana, según las órdenes recibidas. Ha servido bien en este frente, por lo que he visto en su expediente, y se pierde apenas un mes de su periodo de adscripción a este contingente. Váyase con el respeto de sus compañeros de armas y mandos por la misión cumplida, y que la próxima misión que le espere sea también buena para su carrera.

–A sus órdenes ¿ordena alguna otra cosa? mi coronel–. Replicó Marina al notar la pausa de su superior.

–El teniente Ponce le entregará su pasaporte de viaje y le informará de cuanto deba saber. Puede retirarse–. Y el coronel volvió a los papeles que ocupaban su escritorio.

Marina dio un paso atrás haciendo chocar los tacones, giró media vuelta y se dirigió a la puerta por donde salió del despacho. Se quedó esperando junto a la mesa del teniente secretario hasta que este salió, con su carpeta bajo el brazo.
(…)
El Hércules tomó tierra pesadamente en la pista de aterrizaje de la base naval de Rota, en Cádiz, se dejó ir rodando y luego los frenos empezaron a hacer su trabajo reteniendo la tremenda mole del avión y reduciendo su velocidad. Con estrepitosos retemblores, la aeronave fue agotando la longitud de la pista hasta que quedó prácticamente parada, luego efectuó un giro a izquierdas y se puso a seguir mansamente, como una inmensa res, a un vehículo “follow-me” pintado de gris azulón –o azul grisáceo– por las pistas auxiliares, hasta su zona de estacionamiento.

Al salir al exterior notó en la cara una fresca brisa marina que enfriaba lo que seguramente habría sido un día muy caluroso, típico del sur de España en el mes de Julio. Marina sintió alivio, a la par que se espabilaba del sopor y aburrimiento de estar volando, con una breve escala en la base de Incirlik, en Turquía, durante casi 24 horas.

Antes de descender por la rampa de carga del Hércules ya distinguió aquella figura trajeada, con corbata, de pie, con un cigarrillo entre los dedos, al lado de un Audi 6 de color blanco, coche civil que desentonaba en aquel entorno militar.

Al acercarse apreció una sonrisa amistosa, en una cara familiar que recordaba mas bronceada y con la barba peor cuidada. Era el clásico cincuentón de muy buen ver al que el ejercicio para mantenerse en forma y ese porte militar, digno y estirado, hacían interesante, y el traje bien cortado y la corbata le conferían elegancia.

No se había interrogado mucho por el motivo de un regreso tan precipitado desde Afganistán. La baja del servicio de algún compañero o alguna escolta a sus majestades, de especial complejidad, podrían ser el motivo de su viaje. Pero encontrarse a pie de avión, en la misma base de Rota, dispuesto, al parecer, a hacerle de chofer, al comandante Lence, a todo un agente de campo del CNI… eso si tenía que tener una respuesta rápida porque, a pesar de su capacidad de autocontrol, -imprescindible en un francotirador- estaba empezando a ponerse nerviosa.
(Del capítulo IV. Regreso de Afganistán)

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Book-teaser de la novela (1´:31´´) en Youtube: http://youtu.be/BvyzvYFOVpk

Book-trailer de la novela (5´:36´´) en Youtube: http://youtu.be/Jg5M-apLziA



UNA NOVEDAD EN LA NOVELA HISTÓRICA Y UNA REVOLUCIONARIA INNOVACIÓN TECNOLÓGICA: “ÚLTIMA ROMA” DE LEÓN ARSENAL, EDITORIAL EDHASA. 

(publicada inicialmente el 7 de DICIEMBRE de 2012)

Entre la añoranza del mundo romanizado y los estertores del imperio de oriente, en las postrimerías del siglo VI, en una Hispania dividida en etnias, tribus y culturas rivales, en un crisol donde debe fraguar un nuevo orden, sustituto de la “pax romana” y en la que el cristianismo juega a ser el factor dominante, León Arsenal sitúa el desarrollo de la trama de su nueva novela: “Última Roma”, donde la historia de ficción debe encajar perfectamente en la Historia real y los personajes, inventados o reales, asumen sus roles y sus destinos en una de las épocas menos conocidas por el gran público, reducida en las enseñanzas oficiales a una mera etapa de transición entre la dominación romana y la reconquista peninsular, con poco más que reseñar que la conversión del arrianismo a la ortodoxia cristiana y con una lista de reyes godos que aprender y recitar de memoria.


En “Última Roma”, algunos, pretenden recuperar el imperio romano de occidente y, seguramente también, la reunificación con el aún superviviente en Bizancio. La “Renovatio Imperii” es el sueño y el afán, y la existencia de una provincia tardo romana: Cantabria, la base territorial que sustenta esas pretensiones. El expansionismo interno de los visigodos que atacan y someten a los diversos pueblos peninsulares: vándalos, suevos, hispanos, cántabros, vascones, astures, araucones, bárdulos, sappi, galaicos, britones, puede ser el elemento que obligue a estos a unirse y aglutinarse, con el común denominador de invocar la protección de la Roma de oriente y dar comienzo al resurgimiento del añorado orden romano.

Un personaje muy especial, arquetipo de los grandes intrigantes de la historia europea: Flavio Basilisco, tejerá su red de espías, influencias, pactos y conspiraciones para llevar a cabo el propósito de la “Renovatio Imperii”. Como una fuerza de la naturaleza, Basilisco promoverá hechos y desencadenará acontecimientos usando a cuantos se hallan a su alrededor, incorporándolos por entusiasmo, aliándolos por intereses, allegándolos por afán de supervivencia o, simplemente, manipulando su percepción de la realidad. Junto con este “gran muñidor” otros personajes constituyen el elenco protagonista: Abundancio, el senador cántabro que quiere ser “el hombre” de Roma en Hispania; Mayorio, el militar y estratega que quiere emular los grandes hechos de armas de las legiones romanas y consagrarse para la posteridad junto con su caballería pesada, los victores flaviiClaudia, la britona que pertenece a la mítica saga de las Ghaobelas, mujeres guerreras, y que quiere encontrar al jinete que se aparece en sus sueños y unir su destino al suyo; Cala Bigur, el caudillo de los vascones que quiere poner en jaque el expansionismo visigodo; Maelogan, el bardo venido de la isla brumosa que fuera hogar de los britones y que conservará el recuerdo de gestas y batallas, componiendo una larga canción para rememorar, al calor de las hogueras, la épica historia de Claudia, guardiana de las mascaras mágicas, y de sus compañeros los britones instalados en la Gallaecia. El personaje real de esta historia, el rey Leovigildo, incorporado a la ficción representa el brutal encuentro entre esta y la realidad. Leovigildo es el nuevo orden, inapelable y ambicioso, el que consagra el final de la era romana y la consolidación de una nueva, sin marcha atrás aunque quiera conservar elementos sustanciales de “la romanidad”. Este rey -real- encaja a la perfección en la trama cohesionando todos los elementos narrativos.

León Arsenal ha escrito una novela histórica muy madura y equilibrado perfectamente los elementos documentales con los imaginarios para que la combinación de información cierta con ficción resulte dinámica, con buen ritmo narrativo y no apabulle al lector, sin desmerecer en rigor y capacidad divulgativa historiográfica. Con buena técnica narrativa nos hace “sentir” en muchas escenas las sensaciones que experimentan los personajes, como cuando a la orilla del mar Cantábrico sentimos en el rostro la frialdad de la brisa o las salpicaduras de la espuma que provocan las olas. Es de destacar la forma en que narra la batalla fundamental de esta historia. Como permite al lector imaginar con nitidez el despliegue, los movimientos y las tácticas de los contendientes, asistir a la carga de la caballería pesada y que, pese al imprevisto que transforma radicalmente el resultado, no perder detalle de cada momento del desenlace.

A las virtudes clásicas de una obra literaria, “Última Roma” incorpora una extraordinaria novedad tecnológica sin precedentes en la novelística y apenas experimentada en el ensayo o la publicación científica. Se trata de la incorporación de los códigos “QR” que añaden al texto escrito una fuente de contenidos presentados en formato multimedia: sonido, imagen gráfica y vídeo que se comunican instantáneamente al lector aprovechando las Nuevas Tecnologías de la Información (TIC): Internet y las llamadas Redes Sociales (RRSS) reconocibles ópticamente por los dispositivos de comunicación dotados de objetivos digitales, como las cámaras que se instalan en los teléfonos móviles SmartphonesTabletas y ordenadores portátiles.

En las páginas de “Última Roma” se han insertado unos sesenta códigos QR. Estos códigos dan acceso a material externo, ajeno, y por tanto a la Red. Entradas de la Wiki pedía, mapas, diagramas, documentos sonoros, paneles de imágenes, ensayos on-line o vídeos  -en Youtube o producidos ex profeso para esta obra-, vinculan de forma directa la novela a la información contenida en estos soportes. La tradicional “nota al pie de página”, o “a fin de obra”, adquiere una potencia desconocida al incorporar, al final de cada capítulo, un código QR que accede a información aclaratoria y/o ampliatoria de la trama narrada, su contexto histórico, la cronología, las condiciones sociales, culturales y económicas, costumbres, efemérides, etc., rompiendo las limitaciones de la obra impresa y otorgando al lector la posibilidad de ampliar, a voluntad, su interés por los conocimientos conexos con la narración.

Veinte de los códigos QR llevan a entradas de la Wiki pedía sobre personajes históricos, tribus, circunstancias históricas, etc. Y para ello se ha usado QRpedia, que es una tecnología que reconoce el idioma en el que está configurado el móvil y redirige a la Wiki pedía en ese idioma, siempre que la entrada exista en ella. Otros códigos llevan a ensayos sobre temas específicos, colgados por especialistas online. Es decir, funcionan como los enlaces de las webs, conduciendo a material ajeno que se considera de interés. También hay un código QR que lleva a la Vida de San Millán, que es un libro medieval, sobre la vida de un personaje que aparece en la novela. Esta obra está en la web del Instituto Cervantes. Su inserción es también un experimento: situar un libro entero accesible a partir de otro libro.

Otros códigos QR llevan a paneles de imágenes situados en Pinterest. A una Revista de Prensa situada en Scoop.it, y que irá recogiendo reseñas, comentarios, críticas que aparezcan tras la publicación. Y a vídeos: veinte en total. Comentarios de especialistas (escritores, guionistas, editores) y el propio autor. A eso hay que sumar una introducción a cargo del director que ha supervisado la realización y postproducción de los vídeos. Un código QR en contraportada da acceso a la lectura del primer capítulo. Posibilita esta lectura sin romper el plástico ni manosear el ejemplar. Y otro código QR se encuentra en la solapa. Da acceso al perfil del autor, haciendo posible incluso contactar con él por email. Esto permite la mayor interacción entre lectores y escritor.

Y como mejor ejemplo, que menos que invitarte 
a probar estos códigos QR, capturando este:



DEUDAS Y BURROS.-

Parábola que explicará esta crisis de una forma sencilla, para que la gente de a pie entendamos sus causas. 

(publicada inicialmente el 1 de junio de 2010)

- Un individuo se dirigió a una aldea donde nunca había estado antes y ofreció a sus habitantes 100 euros por cada burro que le vendieran.
Buena parte de la población le vendió sus animales.
Al día siguiente volvió y ofreció mejor precio, 150 por cada burrito, y otro tanto de la población vendió los suyos.
Y a continuación ofreció 300 euros y el resto de la gente vendió los últimos burros.
- Al ver que no había más animales, ofreció 500 euros por cada burrito, dando a entender que los compraría a la semana siguiente, y se marchó.
Al día siguiente mandó a su ayudante con los burros que compró a la misma aldea para que ofreciera los burros a 400 euros cada uno.
Ante la posible ganancia a la semana siguiente, todos los aldeanos compraron sus burros a 400 euros, y quien no tenía el dinero lo pidió prestado. De hecho, compraron todos los burros de la comarca.
Como era de esperar, este ayudante desapareció, igual que el comprador, y nunca más aparecieron.
Consecuencia: La aldea quedó llena de burros y endeudados.
¿Que pasó después?
Los que habían pedido prestado, al no vender los burros, no pudieron pagar el préstamo.
Quienes habían prestado dinero se quejaron al ayuntamiento diciendo que si no cobraban, se arruinarían ellos; entonces no podrían seguir prestando y se arruinaría todo el pueblo.
Para que los prestamistas no se arruinaran, el Alcalde, en vez de dar dinero a la gente del pueblo para pagar las deudas, se lo dio a los propios prestamistas. Pero estos, ya cobrada gran parte del dinero, sin embargo, no perdonaron las deudas a los del pueblo, que siguió igual de endeudado.
El Alcalde dilapidó el presupuesto del Ayuntamiento, el cual quedó también endeudado.
Entonces pide dinero a otros ayuntamientos; pero estos le dicen que no pueden ayudarle porque, como está en la ruina, no podrán cobrar después lo que le presten.
Mas consecuencias: Los listos del principio, forrados. Los prestamistas, con sus ganancias resueltas y un montón de gente a la que seguirán cobrando lo que les prestaron más los intereses, incluso adueñándose de los ya devaluados burros con los que nunca llegarán a cubrir toda la deuda.
Mucha gente arruinada y sin burro para toda la vida.
El Ayuntamiento igualmente arruinado.
Resultado: Para solucionar todo esto y salvar a todo el pueblo, el Ayuntamiento bajó el sueldo a sus funcionarios y recortó los servicios que prestaba a los vecinos.
- Los que no murieron, emigraron.
- Hoy es un pueblo fantasma.

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