viernes, 17 de febrero de 2012

DE LA DEGENERACIÓN A LA DESCOMPOSICIÓN DEMOCRÁTICA. A ALGUNOS LES GUSTA LA REFORMA LABORAL.


Hicieron falta dos guerras mundiales y una revolución “de Octubre” para que Europa afrontara, con decisión, la búsqueda de un modelo político y social que, basado inexcusablemente en la democracia, superará los conflictos sociales y económicos sobrevenidos con el cambio del sistema feudal al burgués y el desarrollo del maquinismo que dio paso a la época industrial.

Tras la inmensa sangría de la II guerra mundial a que obligó el totalitarismo nazi-fascista, los europeos entendieron que la génesis de esos totalitarismos y los contrarios, encarnados en el comunismo bolchevique y el Komintern, se producía en los graves desequilibrios de un sistema capitalista ajeno a cualquier regulación que no fuera la de acrecentar la riqueza y el poder consiguiente, de una exclusiva clase social.

Con una base intelectual basada en los pensadores socialistas, en especial con la influencia de Carlos Marx, pero con la premisa de la prevalencia de sistema de libertades democrático, - libertad de reunión, de organización, de expresión -, la Socialdemocracia impulsó la configuración de un “Estado de Bienestar”, basado en la redistribución de la riqueza, para asegurar unos niveles mínimos de existencia a todos los ciudadanos, en aras de lograr un igualitarismo universal más o menos idealista.  Otra ideología de gran predicamento en el viejo continente, la Democracia Cristiana, aportó, en coherencia con la llamada “Doctrina Social de la Iglesia” establecida en encíclicas como la “Rerum novarum” del Papa León XIII y subsiguientes de los Papas Pio XI y Juan XXIII, elementos fomentadores de la progresión y desarrollo del “Estado de Bienestar”, con la cautela de no reforzar el materialismo implícito en el pensamiento socialdemócrata. Incluso el Liberalismo político aportó cierto empuje al nuevo estado, al apoyar decididamente aspectos como la universalización de la enseñanza, en y para todos los estamentos sociales, como requisito imprescindible de la igualdad de oportunidades para el desarrollo y el progreso personal del individuo.

No dejaba de haber grandes resistencias al modelo. Las oligarquías económicas, los aristócratas y terratenientes supervivientes de los viejos regímenes, los grupos industriales nuevos y viejos, constituían de hecho la clase de los propietarios, los poderosos tradicionales y no podían ver sin resistencia las limitaciones a sus tradicionales privilegios y prerrogativas que el nuevo orden suponía. Esta clase optaba por la reproducción del modelo liberal-economicista anterior, el llamado “Manchesteriano” y que no era más que la expresión desatada del capitalismo a ultranza.

Pero por si la larga etapa de conflictos, crisis, insurrecciones, revoluciones y contiendas que habían asolado al mundo en general durante la primera mitad del siglo XX, no bastaba para reforzar y mantener la opción por el modelo social dentro del marco democrático, la configuración geopolítica en dos grandes bloques antagónicos, los escenarios de pre-confrontación y aislamiento (el “telón de acero”) y la apuesta por la exportación de la llamada “Democracia Popular Revolucionaria” o “Dictadura del Proletariado”, con el apoyo ideológico, material y armamentístico a cualquier organización o grupúsculo revolucionario del planeta, que estaba dispuesto a prestar el Comunismo, (desde el Pacto de Varsovia, la Republica Popular China o incluso el ultra-radicalismo de Albania y Corea del Norte) pesaron decisivamente en la absoluta necesidad de establecer un sistema que, por justo, participativo e igualitario, fuese inmune al contagio de la fiebre revolucionaria y desestabilizadora proveniente del Este.

El “Estado de Bienestar” suponía una forma de convivencia tanto nacional como trasnacional para Occidente, en el que la democracia participativa, el derecho como forma pacífica de resolver el conflicto, la legislación sobre derechos sociales y civiles equilibradora entre las clases populares y poderosas, minorías y mayorías y la institucionalización de los organismos internacionales no solo políticos, también asistenciales (UNESCO, UNICEF, OIT, ACNUR, etc…) entre otras muchas medidas, pretendía ser la contramedida más eficaz para las alteraciones de la paz y la convivencia pero, sobre todo, impedir la hecatombe de una confrontación dual de la población a escala planetaria, hasta entonces impensable en la historia del ser humano.

Ni siquiera los regímenes totalitarios residuales de la Europa occidental, (el “corporativismo” de Salazar y Caetano en Portugal, el “organicismo” de Franco en España y el más temporal militarismo de los Coroneles en Grecia) pudieron sustraerse a la adopción de medidas inspiradas en el modelo del bienestar, que les sirviera para apaciguar las ansias democráticas de sus poblaciones. Aunque con formulas paternalistas e instrumentales claras, el régimen de Franco fue adoptando políticas de educación, sanidad y seguridad social y vivienda, parecidas a las implementadas en los países europeos, cediendo a que determinados poderes facticos y oligárquicos (Iglesia, terratenientes, banqueros y constructores) se beneficiaran al mismo tiempo de muchas de estas iniciativas, que se fomentaban de forma paralela a los llamados “planes del desarrollismo español”. Para dar carnaza a los Falangistas, el sector más díscolo de sus bases ideológicas, les entregó la organización verticalista que pretendía simular sindicatos de trabajadores y se dictaron leyes como el Fuero del Trabajo, que esgrimían ante todos como paradigma de la justicia social y el equilibrio en las relaciones laborales.

Finalmente, la restauración democrática en estos países incluyó, necesariamente, las libertades sindicales y la legislación de normas laborales más avanzadas en la justicia, equidad y equilibrio de las relaciones capital-trabajo. En España, el Estatuto de los trabajadores provocaba el cambio y reconocía el papel de los movimientos sociales en la transición pacífica a la democracia.

Si la historia más inmediata, finales del siglo XIX y primera mitad del XX, no fuera suficiente, todo el ciclo humano conocido ilustra de la confrontación por motivos de propiedad, de riqueza, de poder y posesión en suma y que solo la relativización de la “privacidad de la propiedad”, el reparto de la riqueza disponible para atenuar desigualdades y la “normalización” de las relaciones que operan sobre intereses concretos para objetivar estas y evitar supremacías insuperables, permiten periodos de paz y desarrollo en todos los órdenes.

Esto afirma que la democracia como hecho formal es insuficiente, necesita del equilibrio social y económico para ser realmente el sistema en el que todas las personas son iguales y consideran satisfechas las expectativas de obtener una adecuada solución a las situaciones de desigualdad, desamparo u objetivamente injustas.

Desandar el camino de décadas, volviendo a los poblados de infraviviendas abarrotados de trabajadores y sus familias, el lumpen-proletariado. A un tiempo en el que el empleo y su jornal de un día no tenían garantías de obtenerse al siguiente; no había educación y sanidad mas allá de la beneficencia, ni cobertura para los cesados; las condiciones de trabajo podían enfermar a cualquiera cuando no matarle, por accidente, a causa de riesgos ignorados pese a su evidencia y la cuna en la que se nacía era una maldición de por vida. Una vida en la que se pasaba de la maldición bíblica de trabajar para vivir (si se puede) a morir en la miseria sin solución de continuidad y con la otra opción, la de la marginalización antisocial y delincuente siempre presente.

Esto, que nos suena a tercer mundo, era un panorama real en la Europa del XIX/XX y no está tan lejano en el tiempo, como no está tan lejano en el espacio. De hecho esa situación dada en ciertos países como los llamados “dragones asiáticos”, en especial en China, ha configurado unas capacidades productivas, estimuladas con inversiones occidentales, sobre bases de desregulación y bajísimos costes laborales en cualquier aspecto y que la globalización de los mercados hacen competir con los costes de una producción regulada, como la de los países desarrollados, al tiempo que impiden por todos los medios que sus trabajadores alcancen condiciones laborales y retributivas equiparables, entre las que incluyo la persecución del sindicalismo libre.

Hace tiempo que todo esto se ha previsto, la división internacional del trabajo, el “dumping” social y laboral, la deslocalización industrial, la competencia basada en la explotación del trabajo, pero la contumacia y persistencia de la minoría que sigue detentando la riqueza y con ella el poder, la desafección de los gobiernos hacia sus gobernados, la permisividad con la corrupción, la especulación y el fraude, la impunidad de los paraísos fiscales y la manipulación de masas a través de los medios de comunicación masiva, nos está llevando a un escenario de desastre sin remisión.

La contrarreforma laboral del PP es, sobre otras ya sufridas, un salto cualitativo en la justificación ideológica del retroceso salvaje al que nos empujan. Abandona todo complejo o vergüenza en atribuir el poder, todo el poder, a unos, en justificar su supremacía, su propiedad omnímoda, su discrecionalidad absoluta y sin control. Pervierte la democracia porque subvierte las reglas de equilibrio y equidad y pone el instrumento político y con esto al Gobierno, al Legislativo y, qué duda cabe, al Judicial al servicio del único poder que reconocen: el económico.

No habrá ninguna democracia que regenerar si dejamos que esta se descomponga y eso es, precisamente, lo que está pasando.

1 comentario:

José Mª Pérez Gómez dijo...

Excelente y fundado artículo aunque no comparto el último párrafo. La continuidad del Estado de bienestar está condicionada a que la actividad económica del país se mantenga en términos que lo hagan sostenible. Es cierto que existe un "dumping social" determinante impuesto por otras potencias emergentes, pero también es cierto hoy por hoy, el capital no tiene nacionalidad y Europa no tiene la fuerza política necesaria para poder imponer sus condiciones comerciales a China, la India o Rusia. Es necesario adaptar nuestro esquemas y, posiblemente ceder en algunos de los aspectos conquistados, para poder preseervar lo esencial. La reforma va en esa dirección, su objetivo se encuentra en intentar conservar el tejido industrial y empresarial que aún se mantiene en España. Si persiste la tendencia deslocalizadora, la desaparcición de empresas y la pérdida de actividad económica, el Estado de bienestar también desaparecerá por innanición.