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viernes, 9 de mayo de 2014

II.- ¿Un escaño en Bruselas? ¡No con mi voto! (2/2)

Nada más lejos de mi ánimo que el “euroescepticismo”, que otros utilizan para enmascarar su nacionalismo más rancio, o para tratar de justificar la defensa a ultranza de privilegios particulares, cuando no de prejuicios racistas y xenófobos. Mi anhelo es ser ciudadano europeo y sentirme tal, pero esto pasa por haber podido construir una Europa real unida, igualitaria, justa, segura y solidaria y verdaderamente libre para las personas. Por eso, yo no votaré en las elecciones al parlamento europeo.

No es baladí que la actual Unión Europea tenga sus antecedentes en la CECA (Comunidad europea de Carbón y el Acero) la CEE (Comunidad Económica Europea) y el EURATOM (Comunidad Europea de la Energía Atómica), incluso que el nombre más popular, usado y conocido, previo al actual haya sido el de “Mercado Común”. En realidad, han sido las necesidades de conciliar la competencia, la dependencia y los distintos intereses económicos, energéticos  e industriales de los países más desarrollados del viejo continente, tras superar la herencia de la II Guerra mundial, los auténticos motivos para llevar adelante un proyecto como el de la UE y, ya más recientemente, la decisión de globalizar la economía, liberalizar los mercados y consolidar el capitalismo, hacían irreversible la situación.

Son por tanto los intereses económicos los que priman sobre cualquier otro, los que orientan y dan personalidad propia a la UE. Oímos hablar mucho de la Europa de los ciudadanos pero cada día, máxime en esta etapa de crisis, las pruebas son irrefutables y los hechos abundan en la primacía de los poderes económicos, las grandes multinacionales, las estrategias industriales, el acaparamiento de mercados, la salvaguarda de las balanzas de pagos nacionales y la confrontación de las políticas financieras y fiscales domesticas.

viernes, 2 de mayo de 2014

I.- ¿Un escaño en Bruselas? ¡No con mi voto! (1/2)

Nada más lejos de mi ánimo que el “euroescepticismo”, que otros utilizan para enmascarar su nacionalismo más rancio, o para tratar de justificar la defensa a ultranza de privilegios particulares, cuando no de prejuicios racistas y xenófobos. Mi anhelo es ser ciudadano europeo y sentirme tal, pero esto pasa por haber podido construir una Europa real unida, igualitaria, justa, segura y solidaria y verdaderamente libre para las personas. Por eso, yo no votaré en las elecciones al parlamento europeo.

751 parlamentarios para una población de algo más de 500 millones de ciudadanos (El segundo mayor parlamento del mundo tras el de la India). Esos representantes son los que serán elegidos para componer el Parlamento de la Unión Europea, con un mandato que llegará hasta el año 2019. Las votaciones se producirán en los diferentes países miembros entre los días 22 y 25 de Mayo de este año.

En esta ocasión, tras la aplicación del “Tratado de Lisboa” (13/12/2007) se introduce una novedad, ciertamente importante, pero reveladora de la falta de madurez de la clase política del continente, y de la cerrazón de los nacionalismos, a diluirse en una nueva personalidad nacional de mayor calado y ámbito: la europea. Me refiero al hecho de que el Presidente del Consejo Europeo será elegido directamente por los europarlamentarios que compongan la nueva Eurocámara.

jueves, 4 de julio de 2013

El Rey está desnudo. Las monarquías “en pelotas”.

El Rey está desnudo, cómo en el cuento, y mejor decirlo cuanto antes por si considera taparse las vergüenzas. Y también es un rehén del bipartidismo imperfecto, corporativo, “empesebrado” y falto de principios. Su suerte es que no precisa recabar los votos de los ciudadanos, cada cierto tiempo, para seguir desempeñando ese papel. Los reyes, ya se sabe, lo son por la gracia de Dios.

Lo cierto es que un país en crisis, arruinado por especuladores y desaprensivos, hundido moral y socialmente, con una clase política a la greña, desprestigiada e incompetente, con unos dirigentes económicos rapaces, oportunistas e insolidarios, con un retroceso en el bienestar social que nos devuelve a niveles de más de treinta años atrás, con limitaciones persistentes de las libertades democráticas, el avance de las imposiciones ultra-religiosas, clasistas, discriminatorias y sectarias, la proliferación de los impulsos racistas, xenófobos, fascistas y los intentos de desintegración territorial, con millones de ciudadanos sufriendo directamente en sus condiciones de vida todos estos males y la falta de alternativas, la pregunta se hace inevitable: ¿Y el Rey, para que sirve en todo esto?