Nada
más lejos de mi ánimo que el “euroescepticismo”, que otros utilizan para
enmascarar su nacionalismo más rancio, o para tratar de justificar la defensa a
ultranza de privilegios particulares, cuando no de prejuicios racistas y
xenófobos. Mi anhelo es ser ciudadano europeo y sentirme tal, pero esto pasa
por haber podido construir una Europa real unida, igualitaria, justa, segura y
solidaria y verdaderamente libre para las personas. Por eso, yo no votaré en las
elecciones al parlamento europeo.
No
es baladí que la actual Unión Europea tenga sus antecedentes en la CECA (Comunidad europea de Carbón y el
Acero) la CEE (Comunidad Económica
Europea) y el EURATOM (Comunidad
Europea de la Energía Atómica), incluso que el nombre más popular, usado y
conocido, previo al actual haya sido el de “Mercado
Común”. En realidad, han sido las necesidades de conciliar la competencia,
la dependencia y los distintos intereses económicos, energéticos e industriales de los países más
desarrollados del viejo continente, tras superar la herencia de la II Guerra
mundial, los auténticos motivos para llevar adelante un proyecto como el de la
UE y, ya más recientemente, la decisión de globalizar la economía, liberalizar
los mercados y consolidar el capitalismo, hacían irreversible la situación.
Son
por tanto los intereses económicos los que priman sobre cualquier otro, los que
orientan y dan personalidad propia a la UE. Oímos hablar mucho de la Europa de
los ciudadanos pero cada día, máxime en esta etapa de crisis, las pruebas son
irrefutables y los hechos abundan en la primacía de los poderes económicos, las
grandes multinacionales, las estrategias industriales, el acaparamiento de
mercados, la salvaguarda de las balanzas de pagos nacionales y la confrontación
de las políticas financieras y fiscales domesticas.
Por
eso han resultado inútiles, hasta ahora, todos los intentos de dotar a la UE de
condiciones homogéneas y mínimas en materia de derechos laborales, sociales,
fiscales y económicos de los ciudadanos y las familias, y pretensiones como las
de un Salario Mínimo Interprofesional para toda Europa, o una Carta de Servicios
Públicos Esenciales garantizados en toda la UE, entre otras, son y seguirán
siendo una utopía sin horizonte.
Para
la vocación “neoliberal” de la UE es más conveniente mantener la desregulación
en estas materias y que formen parte de los costes de competencia, para así
debilitar la situación de los trabajadores en los países más avanzados. Lo
hemos comprobado en el periodo de crisis financiera internacional que nos
afecta, en la que se han forzado a la baja las conquistas sociales y laborales
de los países más dañados, para seguidamente presionar a sindicatos y
organizaciones sociales de los más ricos, so pena de “dejar de ser
competitivos”
La
paradoja es que han emanado del Parlamento Europeo muchas medidas que parecen
contradictorias con la afirmación anterior, esto es en materia de defensa de
derechos de consumidores y usuarios y unificación de tarifas de servicios,
definición y simplificación de reclamaciones, elevación de indemnizaciones, y
adopción de normas generales, comunes y reguladoras de estas materias. Pero si
estudiamos pormenorizadamente esta marea legislativa, llegaremos a la
conclusión de que han pesado más los intereses de ciertos holdings
empresariales y la necesidad de ciertos gobiernos, para “igualar la
competencia”, obligando al alta a los que prestaban los servicios en términos
más deficitarios. Ha resultado más rentable políticamente ofrecer a los
ciudadanos logros, en cuanto que consumidores, si al mismo tiempo se combatía a
las empresas menos capacitadas y se propiciaba el efecto de fusiones y
absorciones, la concentración capitalista.
Por
eso esta Europa no es la de la profundización democrática, la de la justicia
social y el bienestar de los ciudadanos, la de la solidaridad, la seguridad, la
igualdad y la libertad, la que pueda dotarse de una constitución realmente
progresista y que respete al pueblo como único detentador del poder soberano.
La
actual proliferación de nacionalismos separatistas, independentistas de viejo
cuño, podría parecer, en el contexto de un supuesto proceso de unión del viejo
continente, una contradicción difícil de explicar, “contra natura” por así
decirlo. Pero ese sería un análisis simplista del problema y del contexto, que
apenas si resultaría de algo que no fuera arañar suavemente la piel del
problema.
Una
Europa que no es capaz de superar los nacionalismos resultantes de la II Guerra
mundial, diluyendo el poder de estos en beneficio de un poder supranacional
global, homogéneo, igualitario y eficaz, no puede ser freno para la aparición
de separatismos regionales, historicistas, románticos, xenófobos, etnicistas, o
de cualquier otro tipo, antes al contrario: solo puede resultar estimulante y
alentador de los mismos.
Cuando
el espíritu nacionalista es incapaz de fundirse en pro del nuevo nacionalismo
europeo y se refuerza destacando cualquier otro elemento diferenciador que lo
refuerce: monarquías, religión, idioma, patrimonialismo histórico, etc., la
idea de Europa Nación es inalcanzable y, si finalmente todo se reduce a un
mercado común, incluido el laboral desregulado, es lógico que algunos
consideren que, para eso, da lo mismo el número de miembros y que se justifica
el fraccionamiento oportunista de los actuales estados-nación.
Pero
no es solo el “lastre a conservar” lo que impide la real Unión Europea, la
forma en que los intereses geoestratégicos se han manifestado en el seno del
viejo continente y las consecuencias de los mismos, son innegables, y han
supuesto la evidencia que los viejos/rancios separatismos necesitaban para
revivir con fuerza y prosperar.
Con
la caída del “telón de acero” y las tensiones desatadas en muchos de los países
que sufrieron la imposición soviética, faltó algo imprescindible: una respuesta
y acción conjunta, coordinada y consensuada de los socios europeos del momento.
Fundamentalmente Alemania, se lanzo a imponer su visión de lo que debería ser
su nuevo flanco oriental y en los Balcanes, (Polonia, Checoslovaquia, Hungría,
Yugoeslavia, Albania) sin atender a otra cosa que no fuera su obsesión por
generar un espacio de influencia económica y política que le proporcionara un
colchón ante la nueva potencia Rusia.
Y
esa nueva Rusia, resultante a pesar del desmembramiento de la URSS en un país
fuerte e influyente, resultaba igualmente inquietante para la supremacía mundial
de los EEUU, faltos ya de la justificación ideológica, así que estos a través
de su aplicado sacristán en Europa: el Reino Unido y otros monaguillos menores:
la misma Alemania, Italia, Polonia, etc., atendieron especialmente a promover
la desvinculación hostil de las mas ultranacionalistas de las antiguas
republicas (Estonia, Letonia, Lituania) y con mayor o menor disimulo a alentar
los conflictos de los viejos socios obligados del Kremlin.
Desde
la sangrienta partición de la vieja Yugoeslavia, la encarnizada guerra
albano-kosovar, el eterno conflicto de Chechenia, hasta la situación explosiva
de Ucrania en la actualidad, la estrechez de miras de la política exterior
europea, los egoísmos y conveniencias de algunos, la supeditación a los EEUU de
otros y un irracional apresuramiento en ampliar los estados miembros, dejando
caer los estándares mínimos exigibles para ingresar, y que los españoles si
conocimos en todo su rigor, -o son infranqueables para Turquía-, se combinan
perfectamente, como elementos potenciadores del neo-nacionalismo, con la
inmovilidad ya denunciada de los estados-nación más poderosos.
Que
La Liga Norte en los Apeninos y el Véneto y Tirol del sur en Italia, Escocia en
el Reino Unido, los Flamencos en Bélgica, Cataluña y País Vasco en España, se
encuentren en una nueva pujanza, que les alienta a propuestas de independencia
inmediata sin por ello dejar de ser miembros, con todos los derechos, de la
Unión Europea, no tiene nada de extraño, y sin que las advertencias de
exclusión, de esa misma UE, sean creíbles, en base a la errática y poco
consistente política mostrada hasta ahora.
Lo
cierto es que no hay Europa más allá del referente geográfico. Y lo peor: que
ni siquiera se la espera.
Y
lo que hay no se merece el voto de un ciudadano. Para “hacer lo que les da la
real gana”… que lo hagan, sin pretender justificarse en que les entregamos
nuestra soberanía al ejercer de electores.
¿Qué
quiénes son esos que “hacen lo que les da la gana”? Pues eso es lo malo, que
son difícilmente identificables ¿Los Merkel, Cameron, Hollandé? ¿Los dueños de
las grandes corporaciones financieras y empresariales? Los que seguro que no
deciden, más allá de lo que interesa a los verdaderos amos, son esos cientos de
supuestos representantes de la soberanía popular, que aspiran a una poltrona
muy, muy cómoda y bastante bien pagada, en la vieja ciudad de la cerveza y el
chocolate. ¿Un escaño en Bruselas? ¡No con mi voto!
Iª parte: http://franciscoandujarcruz.blogspot.com.es/2014/05/i-un-escano-en-bruselas-no-con-mi-voto.html
[relacionado
con el tema del mismo autor: http://franciscoandujarcruz.blogspot.com.es/2013/06/la-vieja-peste-vuelve-asolar-europa.html]
Iª parte: http://franciscoandujarcruz.blogspot.com.es/2014/05/i-un-escano-en-bruselas-no-con-mi-voto.html
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