domingo, 20 de febrero de 2011

AQUEL 23F, AUNQUE HAYAN PASADO 30 AÑOS

Algo más de las 5 de la tarde, un poco más de las cinco en punto de la tarde. Estábamos a punto de comenzar una reunión de la Comisión Negociadora del Convenio Colectivo Nacional de Grandes Almacenes. En la sala del Hotel Mindanao, alquilada por la patronal, nos íbamos agrupando los representantes de trabajadores y empresarios cuando llego Fabián, (ANALISTAS DE RELACIONES INDUSTRIALES, asesor empresarial), y comentó, con cierta sorna y sin darle demasiada importancia, que un guardia civil habría disparado al aire en el Congreso de los Diputados y armado un gran revuelo, “un aspirante a Pavía”, sentenció.

Como no terminaba de llegar todo el mundo, Serafín (compañero de Galerías Preciados, de Granada y de la UGT) y yo, salimos a tomar un café en el hall del hotel. Las conversaciones nerviosas de algunos clientes y los camareros nos alertaron. Se hablaba de un golpe de estado, no de un incidente y escuché claramente el nombre de Tejero, el protagonista de la “operación Galaxia”. Salí del hotel. Enfrente tenía aparcado mi coche, un repintado Morris 1300, y dentro un pequeño transistor. En RNE se escuchaba música clásica, en la SER me topé con una escueta crónica: un grupo de Guardias Civiles al mando del Teniente Coronel Tejero habían penetrado en el Congreso de los Diputados, llegado hasta el hemiciclo y tenían bajo amenaza armada al conjunto de la cámara, estaban pendientes de confirmación y poder ampliar detalles. Nada más. Miré alrededor con aprensión. Todo estaba “como normal”, el tráfico, la gente, pasaban de la forma habitual y nadie se apresuraba.


Entré y reuní en un aparte a los miembros de UGT y CCOO. Algunos habían llamado por teléfono. Consideramos que estábamos ante un inicio de golpe de estado y que había que reaccionar ante ello, suspenderíamos la reunión y cada uno se atendría a lo que dispusieran sus respectivas organizaciones. Los directivos de personal de las empresas que componían la ANGED y los miembros de los sindicatos “amarillos” UP y FETICO, tenían cara de “no sabe/no contesta” y, con manifiesta ansiedad, escucharon al portavoz-asesor proponer continuar como si no pasara nada. Nos negamos, claro, y Manolo (de Zaragoza, secretario general de FETC-UGT) dijo algo así como: “… si mañana hay huelga y barricadas no importará que este convenio este mas o menos negociado”. En el momento de abandonar la sala, mi director de personal, Rafael, (El Corte Inglés) me hizo un gesto y expresó: “estamos en contacto”. Asentí con la cabeza. Era un incorporación, no muy reciente, al staff de la empresa, pero su estilo había roto con el autoritarismo característico, de los directivos históricos de ese gran almacén, lo que podría deberse a que era miembro del Movimiento Apostólico Seglar (MAS). En cualquier caso, fue el único que tuvo alguna reacción, desde la otra parte de la mesa.

Los cinco miembros de UGT empotrados en mi Morris 1300. Como me quedaba de paso paré en casa, apenas unos minutos, para dar un beso a mi mujer e hijos y decirle a ella que estaría en el piso franco de López de Hoyos, del que conocía el teléfono. Pasamos por delante de la sede de UGT-Madrid, en la calle Maldonado, donde todo estaba apagado y cerrado, aparentemente. Después por la Avenida de los Toreros, la sede de las Federaciones Estatales de UGT también estaba a oscuras. En la acera, como deambulantes ocasionales, dos compañeros conocidos. Hablamos sin salir del coche, a través de la ventanilla y con disimulo, nos dijeron que fuéramos a un piso franco, o al particular de alguien poco significado, y que comunicáramos con “Jacometrezo” para estar conectados. Entonces, la UGT tenía, en un edificio de esa calle tan céntrica, una oficina alquilada como agencia de viajes, a través de la que se gestionaban los numerosísimos desplazamientos de compañeros por toda España y que, supuestamente, no se conocía como sede del sindicato.

Cuando llegamos al piso que teníamos alquilado, a nombre particular, en la calle López de Hoyos, ya estaban allí Julio (Valladolid, pequeño comercio) y Rafa (Valencia, pequeño comercio). Manolo se acercó un momento a ver a su esposa e hija, tenía alquilado un piso en la misma calle, casi enfrente. Los demás, Mariano (Madrid, Galerías Preciados) y Luis Mari (Bilbao, mayorista del metal) llamaron a sus casas para comunicarles que estaban bien y a resguardo, hasta ese momento.

La televisión (TVE, la única) y la radio por dos transistores (SER y RNE) nos permitían conocer retazos de lo sucedido y lo que iba aconteciendo, la entrada de Tejero, los tiros al aire, el zarandeo a Gutiérrez Mellado, la separación de Suarez, Felipe y Carrillo de los demás y algún que otro rumor no confirmado de movimientos de tropas. Mientras tanto hablamos con “Jacometrezo”, José María (de la ejecutiva nacional de UGT) y Agustín (de la ejecutiva nacional de CCOO), se encontraban allí, coordinándose con otra sede oficiosa de CCOO, donde otros dos dirigentes de ambos sindicatos se encontraban centralizando los contactos de CCOO. Como Nicolás, Antón, Chaves, Marcelino, estaban en el Congreso, esos compañeros eran la dirección provisional, unitaria y de urgencia, para los primeros momentos de crisis. Calma, atentos y tratar de contactar con los compañeros de las federaciones provinciales para coordinarse, fueron las instrucciones inmediatas, y ojo con ruidos raros o alteraciones en el teléfono. Probando en los teléfonos particulares fuimos conectando con muchos compañeros por toda España. La preocupación, la calma tensa y el ansia de saber que pasaba/que hacer era la tónica común. “De momento saber dónde estamos y poder contactar y hacer lo mismo en vuestro ámbito, y esperar” era la respuesta.

La noticia del bando de Milán del Bosch en Valencia y el despliegue de blindados por esa ciudad, nos tensionó hasta límites extremos. El recuerdo de Chile y el sangriento protocolo llevado a cabo por Pinochet desde los primeros momentos del golpe, afloraron con fuerza. Luis Mari preguntó, dirigiéndose a los de Madrid: ¿sabéis de alguna armería de deportes en este barrio? Nos miramos y nos entendimos, todos, la realidad cuanto antes la asumiéramos mejor y había que decidir hasta donde llegar. Mejor estar preparados que falsamente esperanzados.

Tras muchos intentos contactamos con Vicent (Secretario General de la Federación de Trabajadores del Comercio de Valencia), a nuestras preguntas nos contestaba que Valencia estaba en calma y que no había tropas y menos, tanques, por las calles, de eso no le sacaba nadie y así nos dejo, extrañadísimos, hasta que veinte minutos más tarde nos llamó, desde el teléfono de un vecino del barrio, para contarnos los controles que había tenido que pasar, mientas buscaba una farmacia de guardia para comprar una medicina de su niña y lo impresionado que aún estaba de pasar junto a los tanques, que controlaban los puentes del Turia. Desconfiado de su teléfono nos había desmentido todo desde casa pero, ahora, nos confirmaba que Valencia estaba tomada concienzudamente, por las tropas de Milán del Bosch.

Todo el mundo se movía con prudencia y por ello no recibíamos un aluvión de llamadas, las justas, los compañeros esperaban y, pese a los rumores de movimientos de tropas en muchos sitios, se mantenían en sus lugares, pendientes de las instrucciones que emanaran del sindicato. A todo esto nos manteníamos inmersos en un intenso debate, sobre cómo proceder en el peor de los casos. Estábamos seguros, coincidimos, en que la convocatoria de una huelga general indefinida sería la respuesta más probable al golpe de estado y que eso conllevaría el enfrentamiento en las calles. Tratar de decantar a la tropa y los oficiales y suboficiales democráticos para desligarse del golpe, confiar en una activa y eficaz presión de los países democráticos europeos (de USA no esperábamos nada, la verdad), contrarrestar a los fascistas civiles, que tratarían de hacer la mayor sangre posible y ahondar la crisis para hacerla irresoluble y la posición del Rey que, al no haberse pronunciado aún, nos parecía “no estar” en el golpe, eran los elementos básicos para resistir en primera instancia, con una huelga general mayoritariamente secundada y poder tomar la iniciativa a continuación para revertir claramente la situación hacia la democracia, pero… ¿cuánto costaría eso? En lo que confiábamos todos entonces, con mucha seguridad, era en que la mayor parte de la ciudadanía se tornaría activa contra el golpe y contraria a volver a una dictadura militar, o tutelada por los militares.

Una llamada de “Jacometrezo” para Manolo nos adelantó que la situación parecía estar siendo controlada, que la postura del Rey era firmemente contraria al golpe y que estuviéramos pendientes de las noticias, especialmente de TVE, que habría novedades importantes en breve. No sabría decir si la noticia nos relajó o nos enervó aún más, pero la espera fue de una tensión fuertísima.

Al fin la aparición del Rey en televisión se produjo y su mensaje lo analizamos como claro y contundente. Podría haber todavía algún iluminado, “salvapátrias”, que hiciera una barbaridad, pero el ejército se atendría a las órdenes recibidas y el golpe no prosperaría. ¿Que cambiarían algunas claves políticas y que todo el espectro parlamentario se vería sometido a prueba? sin duda, pero eso sería “camino político” por el que transitar sin que la democracia retrocediera. En aquellos días, las organizaciones, partidos y sindicatos, de izquierda, éramos conscientes de poder influir decisivamente en el acontecer futuro. Alejada una catástrofe social, como consecuencia del golpe militar, contribuiríamos a la prudencia, pero también a la firmeza de la defensa constitucional.

Otra llamada de “Jacometrezo”. Nos aconsejaban acabar la vigilia, descansar un rato y temprano (eso era ya en cuestión de minutos) estar en las sedes atentos a instrucciones. Todos sentimos nuestros hombros relajarse. Nos abrazamos y, salvo los ocupantes habituales de nuestro piso franco, retornamos a casa.

Una ducha, más lenta que rápida, un rato de confidencias entre nosotros, que habíamos pasado la noche separados, preocupados por lo inmediato y por el futuro de nuestros hijos. Mi esposa pasó la peor noche, simplemente esperando, impotente, qué duda cabe, y mirando a nuestros hijos dormir mientras una gran incertidumbre le atenazaba las entrañas. Ya la radio transmitía como el alivio y la esperanza se extendía por todo el país y nos ayudaba a salir de la angustia. Luego, en la sede de la Avenida de los Toreros, seguiríamos la salida de guardias civiles por las ventanas, los últimos ramalazos de chulería, caricaturizada de rigor castrense, de Tejero y alguno de sus secuaces, de la vuelta del poder civil a tomar las riendas, de la convocatoria de una manifestación ciudadana de repulsa (indiscutiblemente la mayor que nunca se ha celebrado) y a tener que pensar en volver a la cotidianidad, a negociar convenios colectivos, a hacer elecciones sindicales, a trabajar, hablar, pensar y vivir en libertad. Lo que en este país tenía que ser, para siempre, la normalidad de la que nadie nos sacara.

Pero todavía durante algunos meses, el 23F volvería recurrentemente a sacudirnos de la realidad y a enfrentarnos a lo que habría podido pasar.

Cuando en un viaje a Ginebra, a un acto en la sede de la OIT-ILO, hube de repasar con José Antonio (Directivo de la Organización Internacional del Trabajo OIT) ya fallecido (D.E.P.) y su esposa María Luisa (Secretariado de la Federación Internacional de Empleados y Técnicos FIET) lo sucedido aquella noche y me transmitían la angustia pasada por la familia en España, temiendo la llegada de noticias de “razzias” fascistas, detenciones indiscriminadas y persecuciones políticas. O durante un curso de análisis de productividad, cuando un compañero, de la UGT del País Vasco, me contaba como los del sindicato batasuno LAB, de una localidad cercana a Donostia, habían tirado todos los archivos al mar. O aquel otro que, en una visita a Jaén, me relataba la noche del 23F pasada en su pueblo, reunidos una docena de vecinos del PSOE y del PC, con sus escopetas de caza, provisionados de munición, postas, bala para jabalíes, del 12 y aún del 16, vigilando la casa-cuartel de la Guardia Civil desde una casa contigua, por lo que pudiera pasar. Y el otro que me reveló como un grupo de tres militantes, con algunos cartuchos de dinamita robados de la mina, estaban dispuestos a volar las vías de un nudo ferroviario importante. Y el que enterró las fichas de los afiliados de su Unión Comarcal en una granja de sus abuelos. Y otras tantas historias y anécdotas que volvían a presentarnos el filo de la navaja por el que transitamos aquella noche de tensión.

Y durante varios meses tuvimos que revisar y establecer las normas de clandestinidad, por tener previstos procedimientos y protocolos para casos extremos. Mejor exagerar un poco que nos cogieran con “el culo al aire”. Julio, compañero de Valladolid, uno de los que compartimos aquella noche en López de Hoyos, establecimos un protocolo propio para reuniones clandestinas, cualquier fecha sería en realidad un día antes, cualquier hora sería en realidad seis horas más tarde y el lugar (de una lista cerrada) lo definiría la actividad, por ejemplo: estoy leyendo el periódico señalaría la Hemeroteca Nacional como el lugar de encuentro. En nuestra paranoia emulamos sobradamente a John LeCarre.

Hace mucho tiempo que este relato pugnaba en mi interior por salir, hacerse público, como si de no hacerlo, no se conjurara definitivamente el peligro para la democracia que supuso aquel intento traidor. También en reconocimiento de mucha gente “de a pie” que aquella noche fraguó un compromiso irreversible con las libertades, cuando cada cual tuvo que decidir, no ya de qué lado estar, si no que precio se estaba dispuesto a pagar para defender el bando elegido, el de la libertad, la democracia, la Constitución.

Ya han pasado 30 años y la generación de mis hijos y de mis nietos conoce aquellos sucesos como un episodio histórico, que no conocieron o no llegaron a percibir por su corta edad. Les evitamos todo lo que de negativo podría haberse desencadenado, cientos de miles de ciudadanos activos, militantes de la democracia y enemigos del totalitarismo. Ahora, cerrado ese paso arriesgado de nuestro pasado, deberíamos ser capaces de recuperar el compromiso y el espíritu de sacrificio y transmitírselo, para que no se conformen con una situación que degrada la política, que corrompe los valores esenciales, que arrincona la ética, que anula la solidaridad, que manipula la justicia, que nos devuelve a la ley del “todo vale” y a la sociedad depredadora darwiniana. Hoy 30 años después del 23F, la regeneración democrática se hace imprescindible, para no volver a generar situaciones abonadas al mesianismo que triunfa cuando se produce el desarme cívico de las personas.

2 comentarios:

Mayte dijo...

Aplaudo el valor de aquellos compañeros de la UGT y agradezco que te hayas decidio a escribir este relato 30 años después. Cualquier lector encontrará en él el valor de la libertad.

Fernando dijo...

Cuantos recuerdos de queridos y respetados compañeros me has despertado.
Queridos, por la cantidad de vivencias comunes vividas y respetados por su entrega a la causa de la libertad, en aquellos tiempos en que todos estabamos aprendiendo a entrar con camaraderia,a pesar de nuestros distintos puntos de vista.
Y ya que cuentas anecdotas de los momentos vividos por el "grupo de comercio", ahí va otra: el compañero Tachin (Aguado), de Galerias de Granada que levantó un falso tabique en su casa y metió detras una "ciclostil", por si había que tirar octavillas.