La Combined Task Force Austral era una
poderosa flota aeronaval, que mantenía bajo vigilancia las rutas marítimas que
bordeando el Cabo de Buena Esperanza, -el accidente geográfico que marca el
límite de África por el sur- permitían el trasiego de mercancías entre los
océanos Atlántico e Índico. La única vía junto con el estrecho de Magallanes
para comunicar oriente y occidente, y que no podía ser bloqueada a conveniencia
como los canales de Panamá o de Suez o carecían de las incertidumbres de los
hielos del “Paso del Noroeste”. Desde el año 2030, más o menos, el planeta
vivía en una situación de hostilidades bélicas no declaradas. En una guerra de
hecho, sin guerra formal, entre un bloque de países occidentales o
pro-occidentales, y otro de naciones que se situaban desde el medio hasta el
extremo oriente y que, en su emerger económico y demográfico, habían puesto en
cuestión todo el “status quo” geo-político y las reglas de comercio
internacional heredadas del siglo XX.
[ Puedes leer este relato en el siguiente enlace:
https://onedrive.live.com/redir?resid=304588BCB78A24CE!8788&authkey=!AG9pnEAReg55xNo&ithint=file%2c.pdf ]
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De momento y desde hacia catorce años, las hostilidades se limitaban geográficamente a estos pasos oceánicos, y a territorios terrestres del continente africano en aproximadamente sus dos terceras partes del centro y sur. Las materias primas minerales y los alimentos eran los motivos de disputa y la pugna se producía tanto por controlar los puntos de producción o extracción cómo por apoderarse de los transportes de mercancías de ese tipo.
El bloque occidental se
sustentaba en dos organizaciones: la OTANS (SNATO en sus siglas en inglés) y la
OTCP (Organización del Tratado de la Cuenca del Pacífico, RPTO en inglés); el
otro bloque se estructuraba en la ALNP (Alianza Libre de los Nuevos Pueblos) y
cada bloque mantenía operativa una colosal fuerza militar, compuesta de
soldados profesionales, que chocaba regularmente a lo largo de puntos
estratégicos de sus límites fronterizos, en múltiples y diversas batallas
localizadas en sus efectos y resultados, sin que ninguna parte se decidiese a
intentar un asalto final.
El miedo a los arsenales nucleares y otras
armas de destrucción masiva de los contrarios, disuadía mutuamente de la
pretensión de querer una victoria definitiva y los gobiernos implicados no
dejaban de considerar que, el mantener a las poblaciones civiles propias lejos
de los escenarios bélicos y al margen de los daños consiguientes, podrían
gestionar la guerra de acuerdo con la conveniencia de los conglomerados
militares-industriales que detentaban el poder real en cada lado.
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