Nada más lejos de mi
ánimo que el “euroescepticismo”, que otros utilizan para enmascarar su
nacionalismo más rancio, o para tratar de justificar la defensa a ultranza de
privilegios particulares, cuando no de prejuicios racistas y xenófobos. Mi
anhelo es ser ciudadano europeo y sentirme tal, pero esto pasa por haber podido
construir una Europa real unida, igualitaria, justa, segura y solidaria y
verdaderamente libre para las personas. Por eso, yo no votaré en las elecciones
al parlamento europeo.
751
parlamentarios para una población de algo más de 500 millones de ciudadanos (El
segundo mayor parlamento del mundo tras el de la India). Esos representantes
son los que serán elegidos para componer el Parlamento de la Unión Europea, con
un mandato que llegará hasta el año 2019. Las votaciones se producirán en los
diferentes países miembros entre los días 22 y 25 de Mayo de este año.
En
esta ocasión, tras la aplicación del “Tratado de Lisboa” (13/12/2007) se introduce
una novedad, ciertamente importante, pero reveladora de la falta de madurez de
la clase política del continente, y de la cerrazón de los nacionalismos, a
diluirse en una nueva personalidad nacional de mayor calado y ámbito: la
europea. Me refiero al hecho de que el Presidente del Consejo Europeo será
elegido directamente por los europarlamentarios que compongan la nueva
Eurocámara.